domingo, 4 de julio de 2010

Alberto Duque López, un adiós que va a perdurar


Por:Libardo Muñoz

La noticia me hizo sentar en la cama, como impulsado por una fuerza invisible.

No era muy tarde y con muchas otras noticias me ha pasado, como consecuencia de la afición que me viene de una niñez cada vez más remota, de escuchar radio, tendido boca arriba, desde cuando aparecieron aquellos primeros aparatos de baterías que causaron sensación en mi generación, que era la misma de Alberto.

"Ajá, tigre", fue lo primero que se me vino a la mente, de lo profundo de mi recuerdo de Alberto Duque López. El le decía a sus amigos así: "Ajá, tigre" y por pocos segundos se me disipó lo terrible de la noticia que acababa de escuchar. Tardé un poco en percibir la verdadera dimensión de la fatalidad.

Después, casi enseguida, sentí ese nudo en las amígdalas, como cuando vamos a estallar en llanto, o cuando enfrentamos la desazón de algo que no podemos remediar. Bueno o malo.

El locutor, antes de mencionar el nombre de Alberto Duque López hizo un rodeo por el cine, las novelas de vaqueros, las películas de Clint Eastwood, los gangsters encarnados por Edward G. Robinson, hasta nombrarlo como parte de esa gran familia de la cual Alberto se sentía, y era de veras, un integrantes más.

VIéndolo bien, no se por qué tuve la sensación de que Alberto Duque López mismo hubiera redactado la noticia de su propia muerte. Se que el la habría escrito así, como una de sus inigualables reseñas críticas desde las que ejercía un doctorado sin aspavientos, con la calma y los modales que lo convirtieron en un caballero imprescindible en los pasillos de los teatros, en los intermedios del Festival Internacional de Cine de Cartagena, donde coincidíamos todos sus amigos, ahora desconcertados.

Sí, estamos desconcertados, no tenemos por qué ocultar las ganas de llorar que tenemos, es más: deberíamos llorar porque los amigos son para llorarlos cuando se van y se llevan ese cargamento de sabiduría de Alberto Duque López, un periodista, escritor nacido en la Costa Caribe, amigo de las causas humanas de quien ya comenzamos a extrañar su saludo inconfundible: "Ajá, tigre".

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