sábado, 24 de noviembre de 2012

Cartagena.- Miseria y corrupción

 Libardo Muñoz

Cartagena está a la deriva en una crisis del modelo político neoliberal, agravado desde el  momento en que un alcalde titular sufrió serios quebrantos de salud que obligaron a una suspensión por recomendación médica. En un lapso de ocho meses, la capital de Bolívar, una ciudad con alarmantes índices de pobreza, atraso social y miseria, lleva cinco alcaldes encargados que reflejan muy bien el caos y la irresponsabilidad de un sistema que está enfocado sólo en los intereses económicos de políticos en disposición de asaltar los fondos públicos.







Además de ese cuadro de postración, conviene recordar que los últimos cinco alcaldes de Cartagena enfrentan cargos por corrupción, omisión y desconocimiento de las más sentidas necesidades populares y son incontables las investigaciones que se adelantan por graves anomalías en la contratación, en primer lugar por las obras del sistema integrado de transporte Transcaribe, estancado, inconcluso y perjudicial por las enormes sumas de dinero desembolsadas por el distrito, en detrimento del patrimonio público. El séquito de aduladores que rodeaba al alcalde Campo Elías Terán, alejado del cargo por enfermedad, obedece a una matriz neoliberal aplicada a Cartagena lo mismo que al resto de ciudades colombianas, se disputan los cargos menores y convirtieron a la sede de la administración distrital en una verdadera cueva donde cada quien hace lo que le viene en gana con la adjudicación de contratos, pero a la larga, nadie parece responder por nada mientras la comunidad no encuentra solución de sus problemas más urgentes.

El retraso de Transcaribe podría ser la primera causa de un perjuicio urbano de tipo material, pero los más sentidos problemas sociales pueden ser el desempleo, el hambre que azota a barrios tuguriales, la inexistencia de un sistema de salud pública que acabe con el tenebroso paseo de la muerte y más recientemente, la irrupción de bandas del paramilitarismo urbano que extorsionan a comerciantes y profesionales, dejando a su paso una ola de asesinatos que quedan en la  impunidad.

Cartagena es un cuadro entristecedor de un desastre económico y social que ya ni los propios  medios informativos, que le hacen elogios a los grupos políticos corruptos, pueden ocultar. Un 75 por ciento de la población cartagenera vive en la miseria extrema y hoy, la quinta causa de muerte en estratos medios y bajos es el hambre. Pero lo peor es que los dirigentes políticos, cómplices del saqueo de los fondos públicos siguen al mando de la ciudad del modelo que acarrea ruina para muchos y prosperidad para pocos.

El retroceso social, el estancamiento económico, no es un hecho aislado del desastre social sin precedentes que vive Colombia por cuenta de la corrupción política, la especulación financiera, la entrega de los recursos naturales y las medidas fiscales ordenadas por el Fondo Monetario Internacional.

Se calcula que en un lapso de diez años, a Cartagena le llegaron 100 mil desplazados, originarios de otras ciudades de la región caribe, especialmente de los Montes de María, donde el paramilitarismo actúa a sus anchas en el montaje de los cultivos de palma aceitera y en el revanchismo contra quienes tratan de recuperar sus tierras.

La clase política corrupta de Cartagena maneja a su antojo la contratación, no se atienden los reclamos de los más pobres, por ejemplo los habitantes del barrio San Francisco, que perdieron sus casas por el hundimiento de los terrenos de un antiguo botadero de basuras y que hoy siguen en la calle o refugiados en casas de familiares o de amigos.

La economía informal desborda calles y avenidas, la mendicidad aumenta, ancianos desamparados deambulan por las vías del centro y de los barrios, la niñez explotada puebla el mercado central que es un feudo de sicarios paramilitares, todo esto se oculta con una abrumadora publicidad de los encantos turísticos, de grandes mansiones vacacionales y de proyectos exclusivos, las reinas de belleza ocupan los espacios “del entretenimiento” de periódicos y de noticieros plagados de tonterías. Así, la miseria queda en un plano de aplazamiento que es necesario desmontar con un buen debate hacia la paz con justicia social.

VOZ - Edición 2666

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