miércoles, 27 de febrero de 2013

Trece años de la masacre de El Salado

Por: Libardo Muñoz


Trece años de una masacre nativos de "El Salado", son hoy  desterrados en su propio país

Más de la mitad de la población raizal de "El Salado", Bolívar, forman hoy un ejército anónimo de desterrados que huyeron bajo la amenaza del asesinato, del hambre y del recuerdo doloroso de sus familiares, exterminados durante cuatro días de la más execrable carnicería humana nunca vista en estas tierras.


Trece años hace ya que una horda de verdugos a sueldo del paramilitarismo, de las llamadas AUC, rodeó el poblado de "El Salado" y procedió a torturar, herir y matar con diferentes medios de exterminio a una cantidad hasta ahora no precisada con exactitud, de mujeres, hombres, niños, ancianos, que cayeron y se desangraron mientras sus victimarios consumían licor robado en las tiendas humildes montadas por algunas familias para ayudarse en el sustento.

Los paramilitares ocuparon "El Salado" del 17 al 20 de febrero de 2000, establecieron retenes en los alrededores para detener a quienes trataron de huir desesperados por dentro de la maleza enmarañada de los cerros. En la cancha pequeña del pueblo pusieron a funcionar una maquinaria de horror, llamaban a lista a unos, a otros los escogían al azar, a una niña la ataron bajo el sol y la dejaron morir de sed.

"El Salado" es un corregimiento de El Carmen de Bolívar, donde ya se había producido un ataque paramilitar en 1997 para asesinar a una maestra delante de un grupo de sus alumnos aterrorizados. Inmediatamente después de ese asesinato y el de un dirigente cívico del lugar encontrado en las afueras, un grupo considerable de lugareños decidió huir con la ropa que tenían puesta, y caminaron hasta donde les dieron las fuerzas sin importar a dónde o cuándo llegarían a un destino que sigue siendo incierto.

Personas que tienen lazos afectivos con "El Salado", por nexos familiares o amistosos, calculan que en lo que se puede llamar zona urbana del pueblo, quedan unas 1.300 personas. Podría calcularse que un 75% de los nativos se fueron y hoy permanecen alejados de una tragedia que quedó grabada en sus recuerdos y en cada sitio, rancho, camino, esquina donde tantas veces se reunían a conversar con la sencillez de palabras y de recursos que adornan el modo de ser del campesino colombiano.

Los desterrados de "El Salado"  no quieren volver a encontrarse con el escenario de un asesinato masivo, donde los pasos desesperados de la huida destrozaron cultivos de  maíz, yuca, tabaco y ñame, para salir a las carreteras troncales o a los caminos de bestias que les permitieran ponerse a salvo.

Es posible que ese ejército de hombres y mujeres, niños y ancianos sacados en forma tan abrupta de su poblado pequeño y rudimentario pero apacible, bautizado con un nombre cargado hoy de ironía y fatalidad, esté formando parte de la masa anónima de vendedores de dulces, o de agua, cuidando carros lujosos, sirviendo en casas ajenas con las que no tienen ninguna relación espiritual, en ciudades donde jamás pensaron vivir, muy lejos del azadón y del machete de los abuelos que los enseñaron lo que mejor sabían hacer: cultivar la tierra hoy mancillada, regada con la sangre de su propia gente.

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